Por: Ramón Féliz Lebrón
Periodista y docente
rflebron@gmail.com
Al conducir por la avenida Expreso Quinto Centenario, del Distrito Nacional, además de hoyos y falta de tapas en imbornales, se agrega el peligro de personas que cruzan esa vía sin utilizar los puentes peatonales.
La situación preocupante y de mayor cuidado de quienes manejan por ese trayecto de alta velocidad es, paradójicamente, en las cercanías de los puentes donde los transeúntes ignoran su importancia, y optan por exponer sus vidas y atentar contra las de otros.
Desde que el civismo, comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública, lo excluyeron como asignatura junto a la moral del currículo educativo nacional, un reflejo de esa pérdida de valores es el desfile de estudiantes de la Escuela República Dominicana y del Colegio Santiago Apóstol que cruzan en «manadas» por debajo del puente peatonal contiguo a ambos centros educativos en la referida avenida.
Al parecer, ni a los directores ni profesores de esas entidades les importan que cientos de alumnos se arriesguen ante sus miradas indiferentes de este negativo accionar que con orientaciones y advertencias en las aulas se contribuiría para cambiarlo.
Recuerdo la colocación de una división metálica en la isleta de esa avenida, pero las partes que instalaban cada día, desaprensivos las hurtaban en la noche, y nunca se terminó.
Dondequiera que hay puentes peatonales en el país, se repite la historia de gentes que están bien físicamente, con niños en brazos, adultos mayores, en fin, un alto porcentaje de la población que cruza por debajo, contrastando con la peculiar foto del perro utilizando un puente, y personas atravesando la calle.
La Ley 63-17 de Movilidad, Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial de
la República Dominicana, en su artículo 218 sobre reglas para la circulación de los peatones, acápite 4, dice: «Cuando un agente de la Digesett (Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre) dirija el tránsito en los cruces de vías públicas, el peatón deberá respetar sus señales y no podrá iniciar el cruce o bajar a la calzada hasta que el agente lo permita, y cuando existan estructuras construidas para el paso de peatones o puentes peatonales, estos deberán utilizar las mismas».
Es decir, hay normativas establecidas, y corresponde a todos cumplirlas o, por el contrario, recibir las sanciones.
Pero quién pondrá las sanciones si no hay vigilancia ni seguridad municipal ni policial permanentes o alternas en los puentes peatonales y alrededores, mientras muchos justifican su renuencia a usarlos porque prefieren esquivar vehículos que ser asaltados.
Aquí entra el papel de las autoridades municipales, que no solo están para recoger basura, y que casi nunca disponen de personal para desempeñar funciones tan esenciales como orientar, prevenir y asistir a la ciudadanía, lo que ocurre en países que valoran esos servicios básicos, y que son realizados principalmente por jóvenes voluntarios que reciben incentivos para estudios y sana diversión.
Una sugerencia es que no construyan más puentes peatonales de escalones, y edifiquen esas estructuras de rampas para que personas en sillas de ruedas, con muletas, en bicicletas, con coches infantiles y todos puedan subir y bajar con facilidad; incluso, hay países con puentes peatonales que disponen de ascensores, pero estamos a años luz de ver algo similar en esta denominada media isla.
En ese sentido, un ejemplo que irradia en lo absurdo es el puente peatonal de la intersección de las avenidas 27 de Febrero con José Ortega y Gasset que inicia como rampa desde la calzada del Centro Olímpico Juan Pablo Duarte y termina en escalones al otro lado.
Son tantos los temas urbanos y sociales pendientes de superar, pero la inercia, el desorden y la inconsciencia caracterizan esta infuncional y caótica ciudad.
Comentarios recientes