Los accidentes como el ocurrido en Villarpando, Azua, donde un camión arrolló a un grupo de personas, dejando un saldo de al menos 12 muertes y más de 30 heridos, nos enfrentan con la cruda realidad de una sociedad que aún no comprende plenamente el impacto de la imprudencia vial y la falta de regulación en eventos públicos.
Este hecho, junto con el trágico accidente del pasado 29 de noviembre en Haina, donde un minibús fue aplastado por una patana en la carretera Sánchez, son ejemplos de los muchos accidentes de tránsito que se producen a diario en la República Dominicana.
Durante los últimos cinco años, se han registrado oficialmente 8,603 muertes y cientos de miles de lesionados a causa de accidentes viales en el país.
Sin embargo, más allá de los números fríos, estas tragedias colectivas nos muestran una sociedad que sigue celebrando fiestas en lugares de alto tránsito sin considerar las repercusiones.
La reciente tragedia en Azua se produjo en las afueras de un negocio de expendio de bebidas alcohólicas en medio de las festividades en honor a San Ramón Nonato.
En estos escenarios, donde la celebración se mezcla con la imprudencia, las posibilidades de un accidente aumentan exponencialmente. Los eventos de este tipo, celebrados en áreas de tránsito rápido, se convierten en focos de peligro cuando no se toman las medidas adecuadas para garantizar la seguridad de los asistentes.
El problema de fondo es la falta de conciencia y regulación. Aunque las autoridades han hecho esfuerzos para mejorar la seguridad vial, estos son insuficientes cuando la sociedad no se compromete a respetar las normas. El hecho de que en menos de 10 meses se hayan registrado dos accidentes de tránsito con múltiples víctimas debería ser un llamado de atención para todos. No es solo una cuestión de mala suerte o de conductores irresponsables; es un reflejo de nuestra cultura y de la falta de educación vial en todos los niveles.
La entrega de Ángel Encarnación Bautista, el conductor del camión que causó el accidente en Azua, es solo un pequeño paso hacia la justicia.
No obstante, este acto no compensará las vidas perdidas ni sanará las heridas de quienes quedaron afectados. Para evitar futuras tragedias, se necesitan medidas más contundentes: controles estrictos para la celebración de eventos en espacios públicos, campañas de concienciación masivas y una mayor presencia de las autoridades en las carreteras.
En conclusión, lo sucedido en Villarpando y Haina son claros ejemplos de que nos falta mucho como sociedad en términos de responsabilidad vial y respeto por la vida. No podemos permitir que las carreteras se conviertan en escenarios de muerte debido a la falta de previsión y a la imprudencia colectiva.
Es necesario un cambio cultural profundo que reconozca la gravedad de estos hechos, y que priorice la vida por encima de la celebración, el disfrute irresponsable o la negligencia.
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