En los últimos tiempos, hemos sido testigos de numerosos casos de líderes religiosos que han traicionado la confianza de sus congregaciones. Estos falsos profetas, en lugar de guiar a sus feligreses hacia el bien, han utilizado su posición para cometer actos despreciables. Recientemente, dos casos han sacudido a la comunidad cristiana en el país.
El pastor Johan Manuel Castillo Ortega, acusado de abusar sexualmente de dos hermanas y posiblemente de otras niñas en la iglesia que dirigía en Los Alcarrizos, y Víctor Manuel Kery, pastor de la Iglesia Antorcha de la Verdad en Villa Cerro, Higüey, quien enfrenta cargos similares, representan ejemplos alarmantes de cómo el liderazgo corrupto puede infiltrarse en las instituciones religiosas. Estos hombres no sólo traicionaron la confianza de sus congregaciones, sino que también comprometieron la integridad y el propósito de la iglesia misma.
En el evangelio de Mateo, Jesús advierte sobre los falsos profetas: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:15-20). Estas palabras cobran un significado profundo en el contexto actual. Los actos atroces cometidos por estos líderes religiosos son los «frutos malos» que Jesús mencionó, y es responsabilidad de la comunidad cristiana reconocer y apartarse de aquellos que muestran tales comportamientos.
Además, Jesús profetizó también: «Muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos» (Mateo 24:11). Esta advertencia subraya la necesidad de estar siempre vigilantes y de cuestionar las acciones y enseñanzas de aquellos que lideran nuestras comunidades de fe.
En Mateo 16:18, Jesús dice: «Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». Esta promesa es un recordatorio de que, a pesar de los desafíos y las traiciones, la verdadera iglesia de Cristo perdurará. Sin embargo, es imperativo que los líderes de la iglesia, los concilios y las asociaciones asuman un papel activo en la protección de sus congregaciones.
Un llamado a la acción
Es esencial que las instituciones religiosas implementen medidas más rigurosas para prevenir y abordar el abuso y la corrupción dentro de sus filas. Esto incluye la creación de mecanismos de rendición de cuentas, la implementación de programas de formación ética y moral para los líderes y la promoción de una cultura de transparencia y justicia.
La comunidad cristiana debe unirse para proteger a los más vulnerables y asegurar que la iglesia siga siendo un lugar de refugio, amor y crecimiento espiritual. No podemos permitir que los falsos profetas continúen dañando el cuerpo de Cristo. Es hora de actuar con firmeza y determinación para erradicar el mal y restaurar la santidad y la integridad de la iglesia.
La vigilancia constante y la responsabilidad compartida son esenciales para prevenir futuros abusos y para garantizar que la iglesia cumpla su verdadero propósito: ser un faro de esperanza y verdad en un mundo lleno de oscuridad y engaño.
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